El Santo

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Cada verano muchos peregrinos se congregan en las laderas de una montaña. Quieren ver al Santo porque creen que sólo él podrá mejorar sus vidas, solventar problemas, esclarecer dudas y aliviar sufrimientos. Por esa razón acampan, dispuestos a soportar esperas dilatadas y la mortificación de vivir sin las comodidades del hogar ni las ventajas que gozan en razón de su poder político y social. Entre la gente que desfila por el paraje se encuentran humildes campesinos, banqueros y artistas, pero todos deben humillar su orgullo para llegar a la modesta ermita que se enclava en la cumbre sin distintivos religiosos ni cepillo para limosnas.